Sábado 30 de marzo
III semana de cuaresma
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor)
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
—«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.»
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.»
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Pistas: Hay un detalle en este Evangelio que puede dar que pensar. Jesús no dice que el fariseo fuera un mentiroso, no dice que fuera malo. Tal vez si hacía todo aquello que decía. Pero había algo que no veía y le impedía acoger la salvación de Dios. La soberbia y el orgullo hacen que la persona se quede encerrada en su prepotencia y autosuficiencia sin poder encontrar a Dios.
Así que en esta parábola de Jesús hay dos hombres. Uno justo, cumplidor, “de los buenos”. Otro, un pecador público, un hombre señalado por los demás, “de los malos”. El primero no necesita salvación, en el fondo se busca a sí mismo y su propia gloria. El otro se sabe pecador, se sabe indigno y necesitado de Dios. El primero no va a encontrar a Dios. El otro sí. El primero no acepta la salvación de Dios. El otro sí. El primero se vanagloria y autojustifica. El otro reconoce todo lo que le hace falta y en lo que falla. Y tú ¿a cuál de los dos te pareces más?
Jesús pone el acento en que la actitud soberbia y prepotente del fariseo le impide el encuentro con Dios. Sin embargo, la humildad permite vivir en la verdad. Permite amar y aceptar ser amados, necesitar a Dios y entrar en su corazón misericordioso. Aunque seas de los buenos (de los que se creen buenos) necesitas a Dios, porque necesitas ser amado, necesitas su salvación y misericordia. Necesitas que Dios engrandezca tu corazón para que puedas llegar a la plenitud que anhelas, y si no quedarás encerrado en tu propia pobreza y limitación, por muy rico y grande que creas ser.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.