Miércoles 24 de abril

Miércoles 24 de abril
Miércoles de la octava de Pascua

(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, llévalo a tu vida)

Evangelio según san Lucas 24, 13-35
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les hablan dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Pistas: El domingo de resurrección dos discípulos se van. Puedes imaginarte la sensación de fracaso, decepción, tristeza, impotencia… Intentan entenderlo desde el punto de vista humano: conversan y discuten. En medio de eso, Jesús se hace presente. Van haciéndose preguntas, buscando respuestas y Jesús entra en escena.
Primero les escucha, camina con ellos, sin que se den cuenta. En la búsqueda de sentido, de verdad, de plenitud, Jesús va con nosotros, aunque no lo sepamos. Nos escucha.
Fíjate, ellos ya tienen pistas para descubrir lo que ha sucedido: algunos dijeron que le han visto, el sepulcro vacío… pero no creen. Puede que su idea de cómo deberían ser las cosas, de cómo debe actuar Dios, les impida descubrir lo que ha sucedido en Jesús. Todavía no han encontrado al resucitado y no han vuelto a la comunidad.
Ahora que Jesús les ha escuchado, se pone a enseñarles con la Palabra de Dios. Es un proceso, un camino. Requiere tiempo, contar y escuchar. Cleofás y el otro discípulo o discípula se van decepcionados, entristecidos, pero no han perdido la capacidad para escuchar, están abiertos a descubrir algo más. Y entonces son capaces de cambiar de ideas y conocer algo nuevo que Jesús les ofrece.
Jesús les explica, pero les deja libres. Por eso hay un momento en el que tienen que decirle: “No te vayas. Quédate, quiero saber más, quiero estar contigo”. Porque no se trata sólo de ideas, sino de relación.
Y cuando parte el pan lo reconocen: la Eucaristía. Primero fue la Palabra y ahora el Pan (como en la misa). Y se les abren los ojos. Conocer y experimentar. La mente, el corazón, el alma… todo el ser está involucrado en el acto de fe, por eso no vale sólo con entender, ni con sentir, es necesaria una relación personal. Puedes pensar qué importancia tiene la Eucaristía en tu vida.
Pero Jesús desaparece. Les toca caminar en fe. Siempre es así. La fe no es una imposición, no es una obligación, es un camino de descubrimiento. Por eso después van corriendo a contárselo a otros que cuentan experiencias similares. Y poco a poco van llegando a la certeza de que es verdad: Jesús está vivo, ha resucitado.
Puedes releer el Evangelio dejando que ilumine tu vida, tu situación… Imagina con quién vas, qué te preocupa, de qué vas hablando. Y Jesús va contigo. Qué te dice. Si quieres, dile se quede contigo, ora. Si lo has experimentado ¿qué tienes que hacer para contárselo a otros? Y recuerda que en la comunidad se afianza la fe y se comparten experiencias, que Jesús no nos dijo que esto es para guardarlo, sino para celebrarlo con los demás.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.