Lunes 31 de agosto

Lunes, 31 de agosto
XXII Semana del tiempo ordinario

(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, llévalo a tu vida)

Evangelio según San Lucas 4, 16-30
En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura.
Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó.
Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: ¿No es éste el hijo de José? Y Jesús les dijo: Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.
Y añadió: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Pistas: Jesús lee la profecía de Isaías y anuncia su cumplimiento. En Jesús mismo se cumple: es el Ungido por el Espíritu, el enviado que anuncia la buena noticia, el que trae libertad, el que anuncia el año de gracia del Señor (en referencia al año jubilar del que habla el libro del Levítico, cuando se cancelaban las deudas y todas las posesiones retornaban a sus primitivos dueños, porque todo es de Dios y Él lo reparte entre sus elegidos).
Los que tienen los ojos fijos en Él se admiran… pero después empiezan los prejuicios: ¿No es el hijo de José? Por un lado, creen saber de dónde viene Jesús y que por ello y desde esa perspectiva pueden juzgarle. Por otro, su visión mundana y nacionalista judía del mesías les impide comprender que la profecía de Isaías no es sólo para ellos, es para todos. Jesús les expone dos ejemplos del Antiguo Testamento de extranjeros a los que Dios salva. No hay un pueblo elegido, sino la humanidad entera. Pero no sólo desconfían de Jesús y le rechazan, sino que quieren matarlo.
Este Evangelio nos presenta tres posturas ante Jesús: tener los ojos fijos en Él y escucharle, dejar que nuestros prejuicios e ideas nos alejen de Él y rechazarle, y, por último, expulsarlo de nuestra vida porque no se quiere aceptar su Palabra. Es decir, intentar acabar con Él.
Relee el Evangelio dejando que la Palabra de Dios resuene en tu interior ¿Qué quiere decirte hoy a ti? Su Palabra se cumple también para ti, hoy, ahora.

Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.