Domingo 6 de agosto

Domingo 6 de agosto
Transfiguración del Señor

(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor)

Evangelio según San Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomo consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: Levantaos, no temáis. Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie a visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

Pistas: Un poco de luz ilumina la oscuridad más profunda. Y Jesús es la luz del mundo.
Poco antes de la pasión, Jesús se lleva a tres apóstoles a lo alto de la montaña. Allí donde en el Antiguo Testamento Dios se manifestó y se mostró. Allí donde los hombres nos sentimos más cerca de Dios, el mundo se hace más grande y el hombre más pequeño. Y, allí, en lo alto, Jesús se vuelve resplandeciente como el sol y blanco como la luz. ¡Qué mejor manera de mostrar la divinidad que la luz y la blancura! Esto, sin embargo, se volverá difícil de ver en la pasión con la oscuridad, la injusticia, el pecado, la muerte y la sangre. Jesús es la luz, es la verdad, es el camino. Pero todo esto lo entenderán mejor después de la resurrección.
Moisés y Elías. La ley y los profetas. Lo que Dios nos pide, sus mandamientos, su modo de ver las cosas. Y lo que Dios nos cuenta de sí mismo, cómo ilumina la realidad de los hombres y muestra su voluntad. Conversan con Jesús. Porque Él es la plenitud de la revelación, todo lo que Dios ha querido contarnos y decirnos ha alcanzado su cima en Jesús. No sólo eso. Dios mismo se hace hombre en Jesús. Dios mismo se nos da. Dios se hace carne, para que nuestra carne pueda entrar en Dios. Y tampoco se conforma con esto. Nos regala su presencia siempre poderosa y actuando en nuestro corazón: el Espíritu Santo. Por eso: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Porque en Él está la plenitud de la revelación.
Se está tan a gusto conociendo a Dios. Dándole vueltas desde lo que sabemos (para los apóstoles la ley y los profetas; para ti, tus ideas sobre Dios). Ellos estaban cómodos ahí, partiendo de lo conocido y viendo la luz de Jesús. Pero Dios no les permite quedarse en la zona de confort. Tienen que profundizar, tienen que descubrir quién es Jesús realmente. Pero sólo podrán entenderlo después de la muerte y resurrección de Jesús. Sólo podrán entenderlo y contarlo con la presencia de Jesús Resucitado y el poder del Espíritu Santo.
Y aquellos hombres que del Antiguo Testamento habían aprendido que no se puede ver a Dios ni escucharle sin morir, se asustan. ¡Qué grande, Jesús!: “Levantaos, no temáis”. Esto nos pasa a ti y a mí, cuando nuestra pequeñez, nuestra poca fe, nuestro pecado, quedan a la luz de Dios. Quizás te preguntes: ¿Qué soy yo ante Dios, si no entiendo casi nada, dudo tantas veces, peco tantas veces? No voy a poder entenderlo, no voy a poder seguirle… ¿Y si todo es una imaginación mía?
Jesús les toca y les dice: “Levantaos, no temáis”. Jesús te toca y te dice: “Levántate, no temas”.
Y, después, hay que bajar de la montaña. Hay que meterse en el día a día, llevando a Jesús resucitado con la luz que ya no deja de brillar, con la luz del Espíritu Santo. Y contarles a todos que esto es verdad. Que su luz llena tu vida, que no es una fábula o una leyenda. Jesús resucitado es vida y da vida.
Ahora, relee el Evangelio, imagínate la escena, sube con los apóstoles ante Jesús, escucha la voz de Dios… Y deja que te llene de su Luz, deja que te llene del Espíritu Santo.

Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice y respóndele con tu oración.