Domingo 8 de abril

Domingo, 8 de abril
III Domingo de Pascua

(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor)

Evangelio según san Lucas 24, 35-48
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

Pistas: La resurrección trasciende la historia y la experiencia física, pero las incluye. El sepulcro está vacío. Sucede al tercer día. Le pueden ver, tocar… Los encuentros con el resucitado que nos narran los Evangelios quieren hacernos comprender que verdaderamente es Jesús. Y verdaderamente resucitado. No es una proyección de la comunidad o una manera de decir que pervive en las enseñanzas y en el recuerdo de los discípulos. El resucitado es el mismo que nació de María, que pasó por el mundo lleno de Espíritu Santo, predicando y realizando milagros y signos. El mismo que muere en la cruz y es sepultado. El mismo hombre resucitado. Se presenta delante de sus discípulos y les manda que comprendan que está vivo, y que es el mismo que vivió con ellos.
Ni podemos entender la resurrección de Jesús como un mero revivir con un cuerpo como el nuestro corruptible, ni como un símbolo o producto del ambiente que vivió la comunidad… sino como la plenitud de la vida que Jesús prometió que se cumple en Él y en los que crean en Él.
Ahora, imagínate la escena. Jesús se ha aparecido a unos y a otros, en lugares distintos, atraviesa puertas cerradas, aparece y desaparece, les cuesta reconocerlo… ¿Cómo no tener dudas? Y Jesús no quiere que las tengan. ¿Cómo poder entender un cuerpo glorioso, resucitado, lleno de gloria y del resplandor del Espíritu Santo? Y Jesús quiere que crean en Él. Quiere que puedan ser sus discípulos y vivir las promesas que les ha hecho. Es más, quiere que sean sus testigos y anuncien lo que han visto y experimentado. Y que compartan con todos los hombres la salvación que Él ha regalado.
Fíjate: la resurrección es la confirmación de todo lo que Jesús dijo e hizo. El sello divino que ratifica la vida de Cristo. En la cruz es vencido el pecado, nuestros pecados, y en la resurrección Jesús abre el camino del cielo, la vida de Dios. Los frutos de su resurrección son para todos los que crean en Él.
Sigue recorriendo el camino de la Pascua, adentrándote en el misterio de Jesús resucitado y sobre todo encontrándote con Él en oración. Es tiempo para experimentar, para alegrarse, para compartir y para ser testigos. Es tiempo de celebrar su victoria.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice y respóndele con tu oración.