Domingo 26 de marzo

Domingo 26 de marzo
IV domingo de cuaresma

(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Respóndele con tu oración)

Evangelio según San Juan 9, 1-41.
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús contestó: Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista.
Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: ¿No es ése el que se sentaba a pedir? Unos decían: El mismo. Otros decían: No es él, pero se le parece. El respondía: Soy yo.
Y le preguntaban: ¿Y cómo se te han abierto los ojos? Él contestó: Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. Le preguntaron: ¿Dónde está él? Contestó: No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: Me puso barro en los ojos, me lavé y veo. Algunos de los fariseos comentaban: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego: Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Él contestó: Que es un profeta. Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? Sus padres contestaron: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: Confíésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. Contestó él: Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo. Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos? Les contestó: Os le he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene.
Replicó él: Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder. Le replicaron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando ese es. El dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él.
Dijo Jesús: Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos. Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: ¿También nosotros estamos ciegos? Jesús les contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

Pistas: Jesús es luz y verdad. En Jesús hay luz y salvación. Por eso el que se acerca a Él deja de estar ciego.
En este pasaje del Evangelio de San Juan un ciego es curado por Jesús. Lo primero en que podemos fijarnos es precisamente esto: El que no veía, ve. El que desde su nacimiento estaba marcado, se encuentra con Jesús y su vida cambia completamente. Necesita ser tocado por Jesús y lavarse para comenzar a ver. Y recorre un largo camino hasta que finalmente puede comprender.
“¿Quién pecó?”. Los judíos pensaban que la enfermedad física era consecuencia del pecado propio o de los antepasados, Jesús explica que no es así. Las contrariedades, las enfermedades, la cruz, son para que “se manifieste la gloria de Dios”. Que de la cruz saca vida, de la muerte de Jesús resurrección y salvación. Hoy Jesús te invita a dejar que toque tus ojos, que sane tu ceguera, la ceguera del pecado o del sufrimiento sin sentido. Porque Jesús es la luz, si dejas que te toque quedarás sanado.
El ciego empieza a ver. Testimonia lo que le ha sucedido. Pero no es hasta el final del relato cuando comprende el alcance de lo que le ha sucedido. Comienza a ver y, finalmente, cuando se encuentra con Jesús y reconoce quién es, se postra y adora. Primero es capaz de comprender lo humano: me curó y veo. Pero después ve que Jesús es más: sólo a Dios se puede adorar. Hay verdad en el Evangelio, en el mensaje de Jesús, pero sólo se puede acceder plenamente a él cuando se descubre que es algo más que meramente humano, es Dios mismo que se revela. No sólo es que veas, es que Jesús es la luz que te permite ver.
Este relato nos habla de luz y verdad frente a ceguera, prejuicio, orgullo y soberbia. La luz de Jesús, su sabiduría, frente a una religiosidad que nace de normas externas, que justifica un estilo de vida pero no busca la verdad. Por eso uno que no ve, termina viendo; y los que no ven y creen ver, quedan ciegos. Nuevamente, el problema no está en el testimonio de Jesús o del ciego. Ellos no quieren ver, no quieren creer ni descubrir la verdad. Le dicen al ciego: “¿Nos vas a dar tú lecciones?”.
Hoy el Evangelio nos deja dos mensajes importantes: nadie puede argumentar en contra de un hecho evidente: el que no veía antes, después sí. Y, por otra parte, el mensaje de Jesús, de la salvación, debes contarlo, hacerlo llegar a otros, anunciarlo como discípulo que eres. Al releer el Evangelio pregúntate: ¿es Jesús mi luz? ¿puedo ver? ¿me postro y le adoro? ¿cómo es mi religiosidad? ¿se lo transmito a otros? Jesús es luz y salvación.

Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice y respóndele con tu oración.