Domingo 10 de diciembre

Domingo 10 de diciembre
II domingo de Adviento

(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor)

Isaías 40, 1-5. 9-11.
Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.
Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos —ha hablado la boca del Señor—.
Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios.
Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su brazo domina.
Mirad: le acompaña el salario, la recompensa le precede.
Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne.
Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres.

Pistas: Son los últimos años del destierro en Babilonia. El texto que hemos leído anuncia que se acaba. Pero el Señor no abandona a su pueblo, sino que revelará su gloria. Viene con fuerza y poder. Como un pastor que apacienta el rebaño.
Es un anuncio que invita a ponerse en marcha. Consolad, hablad al corazón, gritad que se acaba el sufrimiento. Preparad el camino, allanad las montañas y elevad los valles. Que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale… El pueblo de Dios había sido derrotado, pero ahora verán la fuerza y el poder de su Dios. Habían sido derrotados más por sus pecados (“por su crimen”) que por el poder de los enemigos (“de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”). Pero Dios no los abandona, como hemos leído.
Cuando los discípulos de Jesús leyeron estas palabras del profeta Isaías vieron en ellas a Juan el Bautista. Él prepara el camino al Señor, grita en el desierto que se conviertan de su pecado y vuelvan al Señor porque viene a cumplir todo lo anunciado. Y después lo señala entre los hombres como el Mesías esperado.
En Jesús se cumple la promesa: Es el Buen Pastor que apacienta su rebaño. Llega con fuerza y poder (tal vez no como imaginaba el profeta, pero con una fuerza más poderosa y sorprendente: el poder del Espíritu Santo, la fuerza de la Resurrección). Jesús es el brazo de Dios. Es Dios mismo. En Él se cumple: “Aquí está vuestro Dios”.
Relee al profeta teniendo como perspectiva lo que hace Jesús y la misión de Juan el Bautista. Quizás te ayude a rezar quedarte con alguno de los imperativos: consolad y hablad al corazón del pueblo (¿necesita esto nuestra Iglesia y nuestra sociedad?). Preparad el camino (allanad, elevad…) porque el Señor se revelará a todos los hombres. Alza la voz y di que aquí está vuestro Dios (en medio del consumismo y de la banalización de la Navidad quizás haga también falta esto). Mirad: Dios llega, con fuerza, con salvación, como un pastor que cuida a su pueblo. Y que no lo abandonará.

Relee la lectura, escucha lo que Dios te dice y respóndele con tu oración