Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Domingo 28 de marzo Domingo de Ramos
Domingo, 28 de marzo
Domingo de ramos en la pasión del Señor
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según San Marcos 11, 1-10.
Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: —Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: —¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban : —Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!
Pistas: Estamos en la puerta de entrada de la semana santa. La más contradictoria. Jesús es recibido con alegría, gratitud, reconocimiento. Imagina la sensación de triunfo de sus discípulos. El miedo que habían sentido (recordad las lecturas de estos días en los que el enfrentamiento con los judíos había llegado a su cumbre) se transformaría en esperanza.
Pero sólo es una ilusión. Los mismos que ahora le aclaman serán los que griten: ¡crucifícale!
¿Cómo es el mesianismo de Jesús? Muy lejos del triunfante, político, militar y revolucionario que esperaban muchos. Imaginaos la escena. Montado sobre un borrico, cumpliendo las promesas del Antiguo Testamento.
Jesús realmente triunfará, será el Rey esperado, el Mesías, el Salvador, pero su camino pasa por la Cruz. Los discípulos, los apóstoles pensarían que se iba a dar un giro en las circunstancias, pero no… por eso, para no hacer una celebración triunfante de ramos olvidando lo que va a suceder en la misa de hoy también se lee el Evangelio de la Pasión, como una introducción a toda la Semana Santa. Si tienes tiempo léelo y deja que la historia de la pasión y muerte de Jesús te toquen el corazón. Puedes encontrarlo en este enlace: http://delegacionfamiliayvida.es/pasion-del-senor/
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
Sábado 27 de marzo V de Cuaresma
Sábado, 27 de marzo
Semana V de cuaresma
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según san Juan 11, 45-57
En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.»
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.»
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?»
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.
Pistas: Jesús ha resucitado a su amigo Lázaro. Muchos creen en Él por este signo. Muchos otros no pueden soportar este hecho. Por otra parte, el enfrentamiento con las autoridades judías ha ido aumentando. Y hoy una mezcla de envidia y miedo les hacen poner en marcha los acontecimientos que acabarán con la muerte de Jesús.
Realmente no les importa la verdad, ni quién es Jesús, ni por qué es capaz de hacer esas cosas. Sólo tienen miedo a perder el control de la situación. Prefieren que las cosas sigan igual y mantener su poder. Se excusan en buscar el bien de los demás. Pero en el fondo tampoco creen en su Dios: el Dios de la alianza, el que no les ha abandonado nunca, que les sacó de Egipto… Sólo quieren hacer las cosas a su manera.
Tal vez algo parecido puede pasar a veces en tu vida. No dejas entrar a Dios, no te acercas a Jesús porque temes perder el aparente control que tienes…
Pero, volviendo al Evangelio, no saben que en realidad lo que va a suceder es tan grande que cambiará la historia. Y ellos, de un modo misterioso, porque son el pueblo elegido, cumplen la voluntad de Dios: “Os conviene que uno muera por el pueblo”, “también para reunir a los hijos de Dios dispersos”. La decisión está tomada. Jesús morirá.
Es curioso ver cómo el mal enreda las cosas. Un acontecimiento extraordinario, la resurrección de Lázaro, se convierte en el detonante y parece que todo estará orquestado para llevar a Jesús a la muerte. Pero todavía es más grande descubrir cómo el amor, el poder, la misericordia, la fuerza de Dios, es mayor que el mal y éste será vencido precisamente donde parece más fuerte.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
Viernes 26 de marzo V semana de Cuaresma
Viernes, 26 de marzo
Semana V de cuaresma
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según san Juan 10, 31-42
En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»
Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios.»
Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: «Yo os digo: Sois dioses»? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.»
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad.» Y muchos creyeron en él allí.
Pistas: ¿Quién es Jesús? Justo antes de este pasaje, Jesús decía: “Antes que existiera Abraham, Yo soy”. Se pone a sí mismo en plano de igualdad con Dios. Se hace igual a Dios. El Padre lo ha enviado, hace sus obras. Él está en el Padre y el Padre en Él.
Nuevamente nos asomamos al misterio de Jesús: Dios y hombre. Y al de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesús intenta ayudarles a creer, darles motivos para que descubran quién es. Pero ellos lo rechazan. Se escapa a su manera de pensar. Tal vez, nuestra sociedad de hoy, en el fondo es muy parecida con otros presupuestos, pero al final ¿Cómo va a ser Jesús Dios? ¿Cómo va a existir o acercarse Dios a nosotros? Y, sin embargo, así es en Jesús.
El Evangelio de Juan sólo se puede entender desde la perspectiva de la resurrección, que da un nuevo valor a las palabras de Jesús. Hay muchas cosas en la Iglesia, en los cristianos, en el mundo, que nos pueden hacer mirar a Dios. Pero sólo si nos encontramos con Jesús podremos descubrir esos signos y creer en Él. Por eso, una vez más, reza a Jesús y asómate a su misterio.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
Jueves 25 de marzo
Jueves, 25 de marzo
La anunciación del Señor
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según san Lucas 1, 26-38
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó:
«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.
Pistas: Nueve meses antes de la Navidad la Iglesia nos presenta la fiesta de la Anunciación. Hoy, como un pequeño paréntesis en medio de la cuaresma celebramos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.
Seguramente te has acercado muchas veces a este relato. Hay muchos elementos con los que puedes rezar. Elige el que te llame la atención y ora con él. Aquí te presento algunos.
María es elegida, es la llena de Gracia, la Toda Santa, la Inmaculada. Y, sin embargo, aunque Dios tiene un plan para ella, la Virgen María tiene que decir que sí. La gracia de Dios y la libertad del hombre para responder. La vocación y la respuesta. Puedes aprovechar para pensar en tu propia vocación.
El Hijo de Dios se hará hombre. Nacerá de una mujer, de María, desposada con José. Se hace hombre en una familia humilde. Las promesas de Dios por los profetas se cumplirán en Jesús, descendiente de David. Será el Mesías. Porque «para Dios nada hay imposible». Pero será mucho más de lo que podían pensar o esperar. Será Dios mismo, el Hijo de Dios. Y a través de María, con la protección de José, en esa familia, se hará el milagro más grande que ha sucedido jamás.
Este Evangelio nos acerca a reconocer el valor inviolable de la vida humana, tan confuso en este tiempo nuestro. Dios se hace hombre, asume lo humano. ¡Qué gran valor tiene la vida! Toda vida, cualquier vida. Porque es humana. Porque tiene algo de Dios. Y qué triste es cuando no es amada, acogida, respetada, custodiada, desde su concepción hasta su final. Cuando ponemos por delante otros intereses o sentimientos. El “sí” de María anticipa el de Jesús, que nos enseña que el amor es el camino para vivir, para Vivir con mayúscula. Aunque pase por la cruz o haya sufrimiento y contrariedades. Aunque la obediencia sea con lágrimas en los ojos… Jesús nos ha enseñado que en el sufrimiento también está Dios, que el mal se vence a fuerza de bien.
Asomarnos al misterio de la encarnación a la puerta de la Semana Santa nos pone ante la cruz, el sufrimiento, la muerte… sabiendo que al final, triunfa la vida.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
Miércoles 24 de marzo V Semana de Cuaresma
Miércoles, 24 de marzo
V Semana de Cuaresma
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según san Juan 8, 31-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.»
Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Seréis libres»?»
Jesús les contestó: «Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.» Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán.»
Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.»
Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.»
Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.»
Pistas: Jesús presenta hoy dos opciones. Por un lado: creer en su palabra, vivir en la verdad y ser libres. Por otro: no creer en Jesús, no conocer la verdad, ser esclavos.
Jesús da testimonio del Padre. Creer en Él es tener acceso a Dios, convertirse en hijos de Dios. No valen posiciones sociales, ni tradiciones. Los del Evangelio de hoy se sienten muy seguros: “Somos linaje de Abrahán”. Quizás nosotros podríamos decir: “Soy el catequista”, “soy de tal o cual grupo”, “soy el más religioso de mi casa, de mis amigos…”. Pero la clave es ¿creo en Jesús y me mantengo en su palabra? Porque todo lo demás son falsas promesas de verdad y libertad. Son falsas seguridades.
“Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres”. Es Jesús el que lo hace. En el fondo se trata de ser hijos.
Jesús hace una afirmación muy dura: “Vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre”, refiriéndose al que les lleva a vivir en el pecado. Puedes pensar en tus seguridades, en tus orgullos y soberbias, que te hacen esclavo, y revisar si eres fiel a Jesús y su palabra, si crees en Él e intentas permanecer en Él. Porque éste es el camino de la vida, de la verdad y de la libertad.
También estos días los Evangelios nos acercan al misterio de la naturaleza de Jesús: ¿Quién es este hombre? Puedes aprovechar para adentrarte en oración en la figura de Jesús: ¿Quién es Jesús? ¿Qué encuentro en Él? ¿Puede dar un sentido a mi vida? ¿Qué tengo que hacer o cambiar para seguirle? Reza, busca y encontrarás.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
Domingo de Ramos
Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47.
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: «¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres». Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo».
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?».
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario».
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo».
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: «¿Seré yo?».
El les respondió: «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!».
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea».
Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré».
Jesús le respondió: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces».
Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Quédense aquí, mientras yo voy a orar».
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando».
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: «Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado».
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: «Maestro», y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras».
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
«Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'».
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?».
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?».
Jesús respondió: «Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo».
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?». Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: «¡Profetiza!». Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno».
El lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos».
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo».
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices».
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!».
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?».
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?».
Ellos gritaron de nuevo: «¡Crucifícalo!».
Pilato les dijo: «¿Qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: «¡Crucifícalo!».
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: «¡Salud, rey de los judíos!».
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo».
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos».
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!».
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías».
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo».
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
Viernes 19 de marzo San José
Viernes, 19 de marzo
San José
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, llévalo a tu vida)
Evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
Pistas: El Evangelio comienza con el final de la genealogía de José, del linaje de David, de cuya descendencia nacerá el Mesías según las promesas del Antiguo Testamento. José, esposo de la Virgen, de la cual nació Jesús. Porque lo que sucede en Jesús es tan grande que supera todo lo que podemos imaginar, esperar o soñar.
Jesús es más que un descendiente de David. Es el Hijo de Dios. Pero, por medio de José, cumple la promesa de Dios al pueblo de Israel.
El Papa Francisco ha escrito, con motivo del 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia universal, una Carta Apostólica, Patris Corde. Te invito a que la leas entera, es muy bonita e inspiradora (http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco-lettera-ap_20201208_patris-corde.html)
De San José “Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).
En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52; 1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo. Cuando, durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50)”.
Me quiero fijar en dos detalles del Evangelio. El primero es la necesidad de fiarse de Dios que tuvieron María y José. Esa capacidad es la que los hace grandes. Por eso suceden maravillas en sus vidas. Por ello pueden acoger, amar, cuidar, ayudar a crecer, a Jesús, el Hijo de Dios.
En segundo lugar, San José es el hombre de la acción. No nos ha llegado ninguna palabra suya, sólo su trabajo, callado, valiente, su amor, su lucha con María. Si el amor se demuestra con obras, esto queda clarísimo en la vida de San José.
Si tienes tiempo lee la carta, y piensa qué puede enseñarte este santo. Acércate a su figura con devoción y pide su intercesión para tus necesidades.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
Miércoles 17 de marzo IV semana de Cuaresma
Miércoles, 17 de marzo
IV Semana de Cuaresma
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, lleva a tu vida la oración.)
Evangelio según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
—«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.»
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo:
—«Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le envió.
Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida.
Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.»
Pistas: Comenzamos a leer a San Juan, cuyo estilo es tan diferente al de los otros Evangelios. Lee despacio y vete entresacando las ideas que Juan va desarrollando. Su manera de avanzar es como haciendo una espiral… Se trata de asomarnos al misterio de ¿quién es Jesús?
– Jesús llama a Dios: “mi Padre”, se hace igual a Él. En el lenguaje y actitud de Jesús hay un salto en el que se deduce que es Hijo de Dios en un sentido diferente al resto. – El Padre actúa con Él y Jesús no hace nada por su cuenta.
– El Padre le da poder para resucitar, para dar vida.
– Hay que honrar al Hijo, como se honra al Padre, porque Jesús es el Hijo de Dios. – La Palabra de Jesús da vida, creer en ella da vida eterna. – Jesús juzgará a los que resuciten.
Llegamos aquí a la idea de la resurrección de los muertos. Los muertos resucitarán a una resurrección de vida o una de juicio. Esto sólo se puede iluminar desde la resurrección del propio Jesús. No sólo el alma perdurará inmortal, sino que de algún modo (no debemos imaginarnos un cadáver revivido) todo lo que somos alcanzará su plenitud en Dios. También el cuerpo, la materia y la creación entera. Por eso el sepulcro vacío de Jesús ¿qué sucedió allí? No lo sabemos, pero sí que aquel que estaba muerto se apareció vivo a sus discípulos como veremos en la Pascua. Jesús y el Nuevo Testamento enseñan que al final de la historia habrá una resurrección universal y un juicio que le corresponderá al propio Jesús.
Por último, vuelve Jesús hablar de su unión con el Padre. Él siempre hace la voluntad del Padre.
¿Cuál es la mejor manera de acercarte a este Evangelio? Darte cuenta de que se trata de asomarte a un misterio, al misterio de Dios, del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La fe cristiana enseña que Jesús es el Hijo de Dios y san Juan va desarrollando en su Evangelio esta idea desde muchas perspectivas. Intenta contemplar, adorar, agradecer… y amar a Jesús, que siendo el Hijo de Dios ha venido a mostrarnos cómo es Dios y a entregar su vida por ti.
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice ,respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.
V Domingo de Cuaresma
Evangelio según San Juan 12,20-33.
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús».
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
El les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: ‘Padre, líbrame de esta hora’? ¡Si para eso he llegado a esta hora!
¡Padre, glorifica tu Nombre!». Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar».
La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel».
Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.
Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.