Domingo, 29 de marzo
IV semana de cuaresma
(Recuerda:
1. Pide el Espíritu Santo
2. Lee despacio y entiende
3. Medita qué te dice la Palabra de Dios
4. Ora, respóndele al Señor
5. Actúa, llévalo a tu vida)
El Evangelio de este domingo es largo, pero lleno de detalles. No hay nada que se escribiese sin pensar, cada frase tiene un por qué. Por eso, te invito a que lo leas despacio. Fíjate en los personajes y sus sentimientos, pero también en las pequeñas cosas.
Evangelio según San Juan 11, 1-45.
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro). Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le replican: Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?
Jesús contestó: ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto añadió: Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos: Señor, si duerme, se salvará. (Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.)
Entonces Jesús les replicó claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: Vamos también nosotros, y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tu eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: El Maestro está ahí, y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y muy conmovido preguntó: ¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta con una losa.) Dijo Jesús: Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente: Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Pistas: “Señor, tu amigo está enfermo”. “Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!”.
Jesús amigo. El que sabe lo que es amar, el que se conmueve. El que acabará entregando su vida por sus amigos. Jesús, el que llora con ellos y por ellos. El que tiene poder para cambiar las cosas. Lázaro, su amigo, resucitó para gloria de Dios, pero con el tiempo volvió a morir. No para siempre, porque Jesús venció en la cruz al enemigo que más miedo nos da: venció a la muerte. Y nos dio una vida plena que no terminará.
Lázaro, María, Marta, los discípulos, los amigos de Jesús. ¡Cuántas veces había ido con ellos a descansar a aquella casa! ¡Cuántas experiencias de amor mutuo! ¿No será esto ser cristiano? Jesús, tu amigo que viene a tu casa. ¿No será esto la Iglesia? Unos con otros, amigos de Jesús y de los otros, es una nueva familia.
Impresiona la frase de Tomás: “Vamos también nosotros, y muramos con él”. Porque este relato sucede poco antes de que maten a Jesús. Luego no fueron capaces de permanecer fieles. Pero su corazón estaba lleno de amor a Jesús, a los demás. Cuando se camina con Jesús el corazón se llena de amor. Pero les faltaba la fuerza del Espíritu Santo, después sí serán capaces de entregar su vida por Jesús.
“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.” Jesús sabe lo que va a hacer, sabe lo que va a suceder ¿por qué llora? Los cristianos sabemos que la historia está en manos de Dios, que esto va a terminar bien. Pero ¿cómo no vamos a llorar ante el sufrimiento, ante la injusticia, ante el mal? ¿cómo no vamos a estremecernos ante el sufrimiento que vemos estos días? Y nosotros podemos dudar, podemos no entender… Pero sabemos que en Dios tenemos la respuesta y cuando le contemplemos cara a cara podremos comprender tantas cosas que se nos escapan en este mundo.
“Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?”. Esta es la respuesta: la fe. “Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado.” La fe en Jesús y su Palabra. La fe en Jesús y su poder. Ésa es la que cambia todo. Una fe firme, valiente, confiada, poderosa… ¿Y si nos flaquea? Jesús fue a su casa, con sus amigos, porque eran sus amigos, y Él mismo hizo todo nuevo.
Fíjate en los detalles: quitar la losa, quitar las vendas y el sudario… que pueda andar. Jesús trae nueva vida. El que estaba muerto y sepultado puede andar, puede lanzarse a caminar. ¿Cuál es la losa? El pecado, la falta de fe, las dudas, la pobreza… aquello que está entre Dios y tú y no te deja creer. Las vendas y el sudario son las cosas que te atan y no te dejan avanzar. A veces necesitarás la ayuda de los demás para poder quitarlas (esto es la Iglesia que te acompaña). Jesús regala nueva vida, abre nuevos caminos que recorrer de un modo completamente novedoso. Qué bien nos viene recordar todo esto en estos tiempos.
“Ya huele mal”. A Jesús no le importa el hedor de nuestro pecado, la podredumbre de nuestro mundo… no le importa porque Él tiene fuerza y poder para cambiarlo todo.
Por último, “Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”. La vida eterna, vivir para siempre. Hay más que lo que ven nuestros ojos, hay más que lo que podemos tocar, medir, entender. El cielo no es una idea infantil… No lo podemos comprender ni imaginar con nuestra mente, Pero será vivir, vivir en plenitud, vivir con Dios. Todo lo pleno, bello, verdadero, bueno, feliz… de la vida nos habla de la eternidad. ¿Quién, a pesar de ser feliz, no quiere ser un poco más feliz cada día? ¿Quién aunque se sienta amado, no desea seguir experimentado eso cada día y si puede ser cada vez con mayor plenitud? Eso es el cielo, la respuesta a nuestros anhelos, la calma para nuestros miedos y dudas, la esperanza que nos tiene que lanzar a seguir luchando. El regalo que Dios nos hace. Vivir y hacerlo para siempre en su amor y su felicidad.
Podíamos seguir fijándonos en otros detalles del Evangelio y encontrar ideas para rezar. Te invito a que busques la tuya. ¿Qué es lo que Dios está diciéndote a ti hoy? ¿Qué es lo que toca tu corazón y te hace rezar?
Relee el Evangelio, escucha lo que Dios te dice, respóndele con tu oración y llévalo a tu vida.